El Deporte representa muchas de las cosas que nos pasan en la vida; amor, odio, revancha, dedicación, preparación, disciplina, estrategia, sensualidad, pasión, sexualidad y mucho más.
A veces el peor rival no es el que está afuera, sino el que tenemos adentro.
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en el maravilloso juego de la vida o en cualquiera de tus proyectos con la mejor preparación posible.
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Justas, torneos y otros "deportes" medievales.

Las justas y los torneos no eran otra cosa que la reglamentación civilizada del primitivo turmoil de los pueblos germánicos, auténticas luchas entre clanes o tribus que se llevaban a cabo violentamente con la finalidad de mantenerse en forma y entrenarse en el arte de la guerra. La misma palabra torneo (tournement en francés) deriva de turmoil.
Para hablar con propiedad, se deben diferenciar los términos. Las justas eran la lucha entre dos caballeros que se enfrentaban separados por una barra o cuerda; también se llamaba carrera a la extranjera o carrera a la italiana. El objetivo era romper la propia lanza (de madera de álamo) contra la armadura del adversario, y así probar la fortaleza de uno. En cambio, los torneos enfrentaban a cuadrillas de igual número de caballeros por bando, que luchaban individualmente contra el caballero que la suerte les deparara enfrente.
Había otra modalidad, más fiel al espíritu original: la mêlée. Consistía en una verdadera batalla campal de todos contra todos entre dos grupos de caballeros. Mientras que las justas y los torneos se disputaban en espacios acotados y cercados, las mêlées se disputaban en campo abierto, y solían terminar con varios cadáveres sobre el terreno, ya que la única norma que se aplicaba era la de no golpear con el filo de la espada.
La celebración de estos ejercicios fue continua durante toda la Edad Media. Ya en tiempos de Carlomagno se disputaban torneos con normas y en terrenos vallados, aunque sin graderío. Encontramos los primeros datos escritos del desarrollo de los torneos en la crónica De dissensionibus filorum Ludovici Piiad annumusque, escrita por Nithard en 843. Y si en un principio la finalidad de estos combates era puramente gimnástica, pronto se darían cuenta de que servían para ganar prez, honra y fama. Además a los ganadores les suponía un interesante incremento de ingresos, ya que, aparte del premio en sí, la costumbre era que el caballo y las armas del derrotado pasaran a ser posesión del ganador.
El emperador alemán Enrique I el Pajarero dio impulso a estas prácticas a fines del s. IX y principios del s. X. De esta forma, a partir del s. XI se instituyeron auténticos circuitos. Se formaron compañías de caballeros expertos en ir de torneo en torneo y de justa en justa. En torneos como los de Winchelsea en Inglaterra o Rouen en Francia, los triunfadores además eran cantados y recordados por cronistas, juglares y trovadores. En aquellas a modo de Champions Leagues sobresalieron los nombres de Ricardo Corazón de León, capaz de manejar durante dos horas de reñido combate una espada de veinte kilos de peso sin dar señales de agotamiento, o Bertrand du Guesclin, experto en el combate a pie y en el manejo del hacha de guerra. Otros nombres célebres fueron sir John Chandos, el duque de Montmorency y sir Walter Manny.

Los torneos y las justas se hicieron más y más populares, ganando en espectacularidad. Se convirtieron en lucrativos negocios, porque se empezó a cobrar entrada, y el espectáculo incluía otras competiciones, como la lucha libre, el tiro con arco o ballesta, o incluso el tiro con honda.
A partir del s. XIII apareció una curiosa variante de justas y torneos, el paso honroso o paso de armas: un caballero se apostaba al comienzo de un vado, un puente o un camino y no permitía el paso a ningún otro caballero a menos que rompiera un número determinado de lanzas contra él. Se hizo tan habitual que a partir de mediados del s. XIII no había cruce de camino, puente o vado que no tuviera un mantenedor, caballero sin tacha que mantenía el paso. El ejemplo más famoso en España lo protagonizó don Suero de Quiñones, caballero leonés que, entre julio y agosto de 1434, mantuvo el paso en el Puente de Órbigo, desafiando a todos los caballeros que iban a Santiago de Compostela, y rompiendo 300 lanzas para cumplir una promesa.

De este modo la caballería medieval, con su complicado sistema de reglas y su código de honor, cuya expresión más elevada eran las justas y los torneos, dejó de existir.
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